Capítulo 04: Estaré ahí.
No
estaba incómoda. Pero tampoco estaba tranquila.
Estaba
aturdida en paso fuerte hacia la desesperación. Y ese sujeto estaba sobre mí,
divisándome de tal manera que me confundía en sobremanera. Comienzo a alucinar, me decía, en cuanto él no
dejaba de rastrear cada centímetro de mi rostro como reconociendo terreno, y yo
no hacía objeción alguna. Fruncí el ceño en cuanto despegó sus finos labios,
sus rizos seguían acariciando mi desnudo rostro.
“¿Cómo es que sigues siendo tal cual?”,
aquella pregunta… me congeló. La duda carcomía cada rincón oculto tras mis
pupilas, y mis manos, a pesar del frío sudaban. Quería preguntarle quien era,
por qué razón con él sentía cosas tan extrañas, pero recordé que aquella solo
había sido la segunda vez que lo veía, y que era ridículo hacer esa clase de
preguntas. ¿Cómo podía sacar tales conclusiones solo por un par de
avistamientos? No hablaba de Alien’s que bajaban de un Ovni, hablaba de un ser
humano. ¡Y basta de tus tonterías con vidas pasadas! Me dijo otra parte de mi
subconsciente, casi derramando un balde de agua fría sobre mi piel que ya
titiritaba.
Parecía
divertido con mi rostro, pues cuando salí de mis pensamientos extraños y volví
a ponerle atención a su rostro, este entre sus facciones tenía burla. La más
vil y descarada burla, entonces parecía que iba a volver a hablar. Pero lo
interrumpieron incluso antes de usar alguna cuerda vocal. Un estruendoso
sonido, ¿la caída de un árbol?, luego, un gruñido propio de alguna novela de
los hermanos Grimm. Se levantó casi como un rayo fugaz, y caminó en dirección
al sonido, aún mi cabeza daba vueltas. Y el parecía ser tan rápido como un
colibrí.
Traté
de erguir mi cuerpo, logré solo sentarme sobre el fango a mí alrededor, y miré
como mi ropa se ensuciaba. El recién aparecido soltó un gruñido de ira y
adrenalina, giré mi mirada y había lo que al parecer era un enorme lobo, le dejó caer el árbol caído encima. Había
chismas de fuego helado y caliente alrededor. ¿Fuego frío? ¡Imposible!, aquel
lobo respiraba con dificultad, hasta que él se fue sobre el tronco y se paró en
el. El lobo ya no respiró más. Se bajó del tronco lleno de humus, y pisó el
suelo elegantemente, vestía de negro por doquier, quizás debido a ello podría
jurar que su piel brillaba como porcelana. Llevaba un pantalón de gabardina de
corte masculino negro, con una camiseta del mismo color y una gabardina larga
con los botones sueltos. Caminó hasta unos centímetros frente a mí, y recogió
algo del suelo. Algo que era de plástico fino y color purpura, era mi carpeta.
La
abrió con interés y divisó las fotografías, yo seguía en el suelo confundida.
Acababa de actuar heroicamente y… ¿me dejaría enserio tirada en el suelo? Me
levanté enojada, sacudiendo el lodo que parecía no saldría a menos de una
lavada profunda a mi ropa. En cuanto estuve rendida y con mi nariz al aire
viendo hacia el tipo vestido de negro, este seguía mirando las fotografías.
Apreté mis labios, su mirada era seria, parecía divagar, ¿Qué les parecían mis
fotografías? ¿Por qué sentía miedo de que no gustasen a su par de azabaches
brillantes?
-Emm…
muchas gracias… supongo- dije luego de aclarar mi garganta, quería llamar la
atención para poder tener entre mis manos lo antes posible mis fotografías y
largarme de una buena vez.
-Lo
siento.- se excuso, cerró la carpeta y me la regresó amablemente –la curiosidad es terrible a veces, ¿eh?-
sonrió
-Quizás-
tomé las fotos –Bien, tengo cosas que hacer, así que…- hice un ademan con mi
cabeza hacia el ‘camino’ que seguiría. En cuanto iba a enfilarme en él habló;
-No
creo que sea buena idea que sigas sola por ahí-
-¿Perdón?-
inquirí en cuanto me detuve, volví a mirarlo –Puedo cuidarme sola, gracias de
todas maneras-
-¿cuidarte
sola?, lo dudo a decir verdad-
Inflé
una mejilla infantilmente. ¿Quién se creía que era?
-¿Y
qué sugieres entonces? ¿Qué vaya con un desconocido?- dije con una ceja alzada,
tratando de demostrarle lo estúpido que se veía a sí mismo, pero volteó
fácilmente la situación con una broma ocasional… “mamá dice que no debo ir con
extraños”, arqueé la comisura de mis labios sin saberlo, no era gracioso, ¡había
logrado coartar la rigidez en la que le hablaba! Pero, no debía mostrárselo,
así que amenacé con irme. Endureció su rostro y pareció pensarlo un momento.
-Tienes
razón- dijo finalmente –Disculpe, My lady,
mi nombre es Michael…- hizo una reverencia perfecta y elegante, y luego levantó
su mirada para observarme detenidamente. Sus rizos jugueteaban en sus mejillas
por la brisa, muy a pesar de que una liga recogía su cabellera detrás de su
nuca. Mechones rebeldes. -¿Y bien?- dijo de un momento a otro -¿me dejarás que
te acompañe?-
-No
creo que sea buena idea- tartamudeé
-Pero
si ya no soy un desconocido-
-Tampoco
alguien de confianza-
Frunció
el ceño, con sus ojos me decía que se la estaba poniendo difícil.
-Es
injusto- acabó cruzándose de brazos, alcé una ceja
-¿Injusto?-
redundé, asintió -¿qué es injusto?-
-No
se tu nombre, y yo dije el mío- seguía de brazos cruzados. Reí con ganas.
-¿Y
quién me lo asegura?, pudiste mentir.-
Se
ofendió.
-¿eres
siempre así de desconfiada?- se acercó a mi –y no me vengas con que somos un
par de desconocidos, porque no es así, me conoces, Evelyn.-
Abrí
mis ojos como platos.
-¿cómo?-
Sonrió.
-¿fuego
frío?- dije, y di un paso hacia atrás. Me ponía nerviosa su cercanía. Pareció
pensarlo de nuevo, y con un gesto de “¿por qué preguntas cosas como esas?”
suavizó su rostro. Suspiró.
-Iremos
paso a paso,- dijo y levantó su dedo índice como si le hablase a un pequeño
niño -¿sabes lo que es magia?-
Lo
miré estupefacta, ¿enserio me estaba preguntando eso? Perdía mi tiempo, di
media vuelta, ya no debía hacer nada ahí con un hombre que bien podría ser un
secuestrador.
-¿eso
significa que no?- dijo a mis espaldas
-No…
creo que más bien significa que “no me interesa”-
-Ya
no crees en la magia- articulo, con decepción en su voz
¿Decepción
en su voz? Me detuve. Si, pueden decirme bipolar, pero solo hasta esos segundos
me comportaba tan infantilmente, muy por debajo de mis sensaciones, quería
quedarme a averiguar quién era, pero ahí íbamos de nuevo con mis otras voces
interiores de sentido común, ¡No tenía nada que averiguar! Estuve el suficiente
tiempo como una estatua de mármol detenida en medio del bosque, para dejarlo
llegar a paso ligero. Se detuvo frente a mí con una sonrisa, como si hubiese
dicho la palabra oculta para hacerme quedar.
-Hay
cosas en el mundo que son inexplicables, y tengo ante mí una que si bien no es
un objeto, es algo que no puedo explicar fácilmente.- dijo casi en un murmullo
-¿Podrías…
expresarte mejor?- no entendía a que se refería, sonrió más y miró hacia sus
pies en un gesto tierno que bien pareció vergüenza
-mira
hacia abajo- no entendí a que se refirió -¡Mira hacia abajo! ¡Tus pies!- le
obedecí confundida, pareció de un momento a otro mala idea, ¿¡Por qué no me
había solo ido y ya!? “Porque no sabes a donde ir”, pareció leer mis
pensamientos, no obstante, no quise quejarme, mirando hacia mis pies encontré
algo más en que preocuparme en sobremanera. Estaba flotando. Literalmente. ¡Mis
pies estaban lejos del fijo suelo! ¡Temí caerme! Entonces me acerqué a Michael
que reía estrepitosamente, me agarre de su camisa casi suplicando volver al
suelo.
-No
te vas a caer, nunca dejaría que eso sucediese-
-¡Eres
raro!- le dije ignorando lo que aseguraba
-¡Hey!
Ofendes mis buenas intenciones-
No supe
cómo logró hacerlo, pero acabé en su espalda, y con la suave brisa del
atardecer sobre mi rostro, volábamos sobre los pinos más altos entre la colina,
y el castillo enigmático de hacía unos días se acercaba hacia nosotros. Llegamos
a un balcón de pintura blanca y pálida, me dejó suavemente en el barandal de
cemento y se detuvo frente a mí, cuidando de guardar distancia, propia en un
caballero.
-¿Quién
era?- pregunté enmarañada entre los recuerdos que tenía de aquella tarde, no
entendía cómo es que un lobo podía tener tal fuerza
-La
envidia- apuntó
-¿Quién
eres?- volví a aventurarme, para responderme se preparó con una sonrisa
-Eso
lo sabes perfectamente, o eso espero-
Suspiré
y viré mi mirada de manera grosera. Eso no era lo que quería escuchar.
-Genial-
el sarcasmo era mi amigo –Ahora la envidia me acecha-
-La
verdad, no es una broma- parecía ofendido por mis palabras -¡Es algo por demás
serio!-
-¿Y
ahora vas a regañarme?- volví a mirarlo enojada
-No
es engaño, es una afirmación- hablaba de tal manera… hablaba con esa voz tan
tranquila. ¡Me molestaba demasiado!
-¡Já!
¡Afirmación!... tú afirmas, rescatas, y encima me acorralas en el suelo como un
completo demente-
-La
señorita madurez estaba en peligro.-
Apreté
mis puños, esa burla había sido la gota que derramaba el vaso. Intenté levantarme
de mi actual asiento, pero no contaba con que estaba a una altura… bastante
resaltante. Literalmente a más de 70 cm del suelo, así que, me tambaleé en el
aire, y como era ya al parecer una costumbre, apareció Michael a mi rescate, tomándome
por la cintura mientras yo caía sobre su pecho.
-la
que se empeña en siempre caer en mis brazos eres tu- me susurró al oído juguetonamente,
mis mejillas se sonrosaron vergonzosamente, infle una de ellas y apreté mis
labios
-Por
más que me queje… seguirás persiguiéndome, ¿no es así?- pregunté, me dejó
delicadamente en el suelo y me miró sonriendo tiernamente
-digamos
que solo deberías llevarte bien conmigo a partir de ahora-
Alcé
una ceja, ya había desapareció el sol detrás del horizonte templado que nos rodeaba. Y la luna
nos saludaba brillando hermosamente
-Michael,
está lista la leche caliente y las galletas- escuché de una voz oscura y al
parecer amigable, detrás de Michael, entre las cortinas del ventanal que daba
hacia el balcón dónde nos encontrábamos, estaba un sujeto entre la oscuridad y
luz mezcladas. Vestía de etiqueta, como si fuese del siglo XVIII, con un
pequeño lentecillo en su ojo derecho, que hacía brillar una cadenita dorada
hacia su casaca negra. Di un respingo y me alejé de Michael apenada. Este solo
rió y volteó a mirar al sujeto, que tenía porte de mayordomo
-Gracias,
Thomas, puedes ir a descansar- este al oir las palabras de Michael, hizo una
reverencia y se dirigió a la salida del lugar, para esos segundos, ya ambos
habíamos entrado y yo me quedé embobada viendo la alfombra, ¡era preciosa!,
miré a mi alrededor maravillada, estamos en lo que parecía ser una recámara muy
elegante y acogedora. Sus paredes blancas, hacían un hermoso contraste con la
alfombra de motivos vitage, y sus colores purpuras y negros. Había un espejo
que colgaba dentro de la puerta semi-abierta del enorme ropero que estaba al
fondo. Era de madera, y parecía esos que veías en las películas de la época
colonial. En una ocasión había visto fotos de la casa de Simón Bolívar en la
ciudad de Caracas, y juraba haber visto algo así ahí.
Por otra
parte, había una enorme cama a mi lado derecho, con sábanas blancas y millones
de cojines, estaba deshecha, Michael bromeó diciendo “que le aburría volverla a
ordenar si al dormir se volvería a desordenar”. Negué con mi cabeza riendo,
¡qué ocurrencia! De ambos lados de la cama habían mesitas de noche, con la
misma decoración antigua, de madera y detalles plateados en las gavetas. Sobre ellas,
lámparas con pantallas purpuras y sencillas.
-linda
habitación.- dije aun anonadada -¿es tuya?- la respuesta era obvia, el asintió
-pero
no es lo único bonito de este lugar, puedo asegurártelo- me pidió y yo asentí,
sin embargo, recordé algo, ¡mis cosas!
-están
ahí- señaló con su cabeza, sobre una de las mesas, alcé una ceja confundida al
ver mi cartera ahí con mi carpeta. No recordaba haberlo puesto ahí. Volví a
mirarlo y di un paso hacia atrás, cambió su sonrisa por un gesto de confusión. No,
no podía estar más confundido que yo. ¿Qué
hacía eso ahí?
-Yo
lo puse ahí por ti en cuanto te diste la vuelta-
Apreté
mis labios
-¿cómo
es que eres tan veloz?-
Suspiró
–no te obligaré a quedarte aquí, si quieres irte, bien puedes hacerlo ahora-
abrió la puerta y me dio el suficiente espacio personal como para dejarme ir –si
sigues escaleras abajo encontrarás la puerta, puedo acompañarte para que no vayas
por ahí en la oscuridad-
Dudé,
titubeé como una niñita sin saber elegir entre helado o pastel.
-Pero,
si quieres quedarte, solo di el nombre de tu fruta favorita.- sonrió
Lo vi
cruzar la puerta y detenerse en el pasillo al parecer, lejos del alcance de mis
extrañados ojos. Lo pensé nuevamente, había algo que me había atemorizado, algo
me daba miedo, y no era él en cuestión, no sabría como describir lógicamente
dicha sensación, por otra parte, mi sentido común se iba poco a poco, ya estaba
dentro de la casa, ¿qué podría sucederme? Incluso mis hermanos asistían a ese
lugar con mucha frecuencia, el mismísimo Jonathan había dicho que no había
peligro alguno.
Bajé
mi cabeza, era una lunática.
-Durazno-
murmuré
-¿dijiste
algo?- se asomó por la puerta juguetonamente
-¡Durazno!-
volví a decir, pero no tan fuerte
-¿eh?-
burló
-¡Durazno!
¡Durazno! ¡Durazno!- casi grité, estalló en carcajadas y me las contagió antes
de huir de mí, que corría detrás de él en búsqueda de venganza. Bajó las
escaleras y yo le seguí frenando en la alfombra de la sala, frente a la gran
puerta de madera que era la entrada.
-¿izquierda
o derecha?- me preguntó, me encogí de hombros dándole a entender que me daba
igual, me tomó del brazo luego de decir en voz alta: izquierda. Nos adentramos
en los pasillos que tanto me habían confundido la primera vez que entré sin
permiso, dijo riendo que eran traviesos esos pasillos, y que podían jugarte
bromas, no entendí muy bien a qué se refería y quise preguntar, pero una gran
habitación hermosa y rebosante en libros me cerró el pico. Parecía que la
biblioteca era más grande que la casa.
-es
otro mundo dentro de una habitación- dijo Michael orgulloso mirando hacia los
lados maravillado, las repisas eran tan altas que no sabía hacia donde
terminaban para dejar techo. En ellas, de madera oscura y barnizada, había millones
de libros de todos los tamaños y cubiertas, de colores vivos y otros
desgastados. Era fantástico el número de
libros que parecía imposible de contar. Habían además, mesitas distribuidas por
doquier, con libros sobre ella y pequeñas sillas. –Me gusta más leer sentado en
la alfombra.- finalizó
Salimos
de esa habitación, y me llevó a la siguiente, otra enorme habitación-biblioteca
-¿por
qué tienes dos bibliotecas aquí?-
-Una
es para la lectura del alma, y otra para la lectura de la verdad-
Alcé
una ceja, no entendía muy bien.
-Ya
irás comprendiendo mis ocurrencias- sonrió volviéndome a tomar de la mano para
mostrarme el siguiente lugar. El gran salón, entramos hasta que quedamos justo
en medio del lugar, suspiré sintiéndome en medio del salón de algún cuento de
hadas, parecía que dentro de segundos, entrarían los bailarines, príncipes,
monarcas y demás a dar un gran baile y festín. El piso era de cuados blancos y
negros, y los enormes ventanales me dejaban ver el copo de los arboles que
danzaban por la brisa nocturna. Además, había un enorme órgano, era tan
precioso. Sentí que me atraía cual imán, y me acerqué al mismo con curiosidad,
en cuanto llegué al mismo, paseé mis dedos sobre su madera, era sencillamente
perfecto.
-sabía
que te gustaría- dijo Michael detrás de mí, di un pequeño sobresalto, en cuanto
este caminó hacia el órgano y se puso cómodo frente a él, haciéndome un ademan
para que me sentara junto a él.
Comenzó
a tocar una canción triste, melancólica, pero preciosa. Creí haberla oído en
alguna parte, no pude evitar sumergirme en aquellas notas que soltaba del órgano,
poco después, su voz me dejó completamente atónita. Parecía el canto de algún querubín,
sentía que su voz lloraba como un violín. Sonreí,
en cuanto acabó de cantar y tocar, y se quedó ahí, viendo las teclas y sus
dedos sobre ellas. Parecía divagar, yo solo me quedé ahí en silencio acompañándole
en sus pensamientos.
-¿I´ll be there?.- recordé la frase más recurrente de su canción, el me miró al
escucharme
-estaré
ahí- me dijo en respuesta al mirarme
Sonreí
de nuevo, ¿Por qué sentía que aquellas palabras llenaban un hueco en mi alma?
Aun
falta la leche y galletas, sonrió.
Tenía
razón.